viernes, 6 de julio de 2018

¡Ay amigo!

Hoy hace tres años del fallecimiento de mi amigo y hermano mayor en el Dharma, Miguel Ángel Rodríguez Tarno.

Un mes después del triste acontecimiento le escribí la siguiente carta:


Querido Amigo:

Hoy hace un mes que recibí la triste noticia de tu marcha, y siento la necesidad de dirigirte unas palabras.

La vida ha proseguido su curso, pero te confiesto que, aunque hacía años que no nos veíamos y que no teníamos más contacto que algunos comentarios intercambiados en Facebook, no ha habido un solo día en que no me haya acordado de de ti, en que no hayas aparecido en mis pensamientos de una u otra manera, en uno u otro momento.
Siento una tristeza honda difícil de describir, y una rabia pueril que me impide aceptar que ya no estés físicamente entre nosotros. Pero, a media que han pasado los días, la emoción que se ha ido desvelando es el MIEDO. Si, Amigo, miedo. Un miedo profundo e insondable, un pavor vertiginoso y atroz, que se ha despertado con la enseñanza que tu marcha nos ha dejado y ha hecho tambalear todos los rincones de mi ser.

Y es que, estamos caminando constantemente en un campo de minas, y nunca sabemos cuándo nos va a tocar pisar una que haga que todo nuestro universo colapse, que y desaparezca de repente todo aquello que amamos, todo aquello que somos, o todo lo que creemos ser.

Con diferentes matices, todos tenemos tu mismo diagnóstico, tu misma sentencia; con la ligera diferencia de que no sabemos cuándo se va a ejecutar. Puede ser ahora mismo, mañana o dentro de 40 años; es igual.

Y no hace falta ninguna condición especial para esto; no hace falta ser un temerario que se arriesgue a hacer esto o lo otro, o que se atreva a dejar de hacer esto o lo otro. No hay nada que se pueda hacer para estar exento de una muerte prematura.

Estas cosas ya las sabemos.
¿Las sabemos? NO.
No sabemos nada de todo este asunto, y en general ni queremos darnos cuenta. Creemos comprenderlo porque intelectualmente somos capaces de expresarlo. Pero solo empezamos a tener una ligera idea de lo que estoy hablando cuando sentimos que nuestro mundo se tambalea como si hubieran puesto una bomba en el pilar maestro de nuestra existencia.

A estas alturas no me las voy a dar de iluminado ni de sabio y reconozco que tengo un pavor de proporciones apocalípticas a la muerte, especialmente una muerte prematura; y es ese miedo el motor de todas y cada una de las acciones que dibujan la historia de mi vida (¿debo decir nuestra vida?); y me doy cuenta de que todo, absolutamente todo, todo lo que he hecho, hago y haré, en lo más profudo, está destinado a sofocar este hondo, agudo y punzante dolor.

Tengo miedo, Amigo. ¡Qué rollo es esto del Camino de Héroe!. Quizás hubiera sido mejor quedarse paciendo por el prado, o permanecer en pelotas retozando por el Edén, sin importarme un bledo el comer o no manzanas prohibidas.

Querido Amigo, me doy cuenta de que te estoy escribiendo para pedirte ayuda, paradójico ¿eh? siento que me ahogo, Miguel Angel. Por favor, ayúdame a aceptar tu muerte. Ayúdame a aceptar lo que de mí ha muerto contigo. Ayúdame a aceptar todo lo que ya ha muerto en mi vida, aquel niño, aquel muchacho, los recuerdos, los momentos que me han conmovido, las ilusiones, los momentos duros, todas las experiencias pasadas, todo lo que ya no existe salvo en forma de fantasmagóricas imágenes que se reproducen en la memoria. Ayúdame a aceptar todos los sueños rotos en cada des-ilusión. Ayúdame a aceptar la muerte del que quizás haya sido mi último atisbo de inocencia en este mundo, y que te has llevado contigo al otro lado.

Adiós, querido amigo

Muhaken

 

No hay comentarios: