sábado, 31 de diciembre de 2016

Un año nuevo, un nuevo milagro

Imagina un día tal como hoy, dentro de veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años. El tiempo no importa, pero lo cierto es que estás en tu lecho de muerte; en ese lugar en el que se vuelve aplastantemente imposible seguir eludiendo a los vertiginosos ojos del abismo, de la extinción y de la desaparición. 

Ya no tienes ningún otro lugar al que mirar, ningún clavo ardiendo al que aferrarte, ninguna melodía lacónica con la que embriagarte.



Un agudo dolor desgarra tu ser desde lo más íntimo de ti mismo, acompañado por un miedo más grande y más abarcador de lo que jamás hubieras sido capaz de imaginar, aunque de alguna manera había estado pidiendo a gritos ser escuchado y comprendido durante toda tu vida, que ahora evidencia el hecho de que se te ha estado escurriendo por entre los dedos de la misma forma que si hubieras tratado de asir la luna reflejada en un límpido lago.

Tu sensación de identidad, tu ser de carne, de emociones, de pensamientos… trata de enroscarse como un gusano asustado en torno a sí misma, en un titánico esfuerzo por no mirar, por no sentir, por no aceptar el curso natural del destino, como siempre ha estado haciendo, con la diferencia de que ahora se vuelve abrumadoramente evidente.


Las luces se apagan, los sonidos ensordecen, los sabores y los olores se disuelven, las sensaciones táctiles se entumecen, la respiración se pierde…

Quieres moverte y ya no puedes, quieres hablarle a tus familiares y amigos;  decirles que sigues “vivo”, que dejen de preocuparse y entristecerse; pero tu voz se ahoga en el vacío, de la misma forma que lo hacía en aquellos angustiosos sueños de la infancia…

Aunque busques seguridad en el calor… éste te abandona sin remisión. La vida entera y el mundo se desvanecen como un decorado que es desmontado cuando todas las escenas que en él se representaban han tocado a su fin…

Nunca habías soñado con un sufrimiento tan grande, tan universal, tan cósmico…

Hete aquí en el ocaso de tu periplo por el mundo, en el umbral de tu extinción.
Era verdad todo aquello que sabíamos y callábamos o tratábamos de esconder.
Era verdad que ibas a morir tú también, por más que lo habías oído decir, por más que lo habías intelectualizado y creías haber comprendido, por más evidencias que pudieras haber observado a tu alrededor. Era verdad… y ahora ya no hay nada que hacer.

Cuán ciertas eran las enseñanzas de tus mentores, maestros y amigos de bien. Hace cierta cantidad de tiempo, cuando te encontrabas en las puertas de aquel año nuevo que estabas a punto de celebrar, tu vida hasta ese momento ya se había esfumado como un destello; y de la misma forma el segundo ciclo de tu vida, en el momento de tu muerte, toda tu existencia, aunque hayan pasado muchos años, te parece que se ha volatilizado como el incienso que veías en los altares en esos tiempos en los que escuchabas aquellas sabias enseñanzas.

Ahora lo ves claro con una insondable tristeza; era cierto que la vida estaba hecha con el material de los sueños: evanescente, efímera, y de una sutil belleza de la que no participaste por no saber bañarte de buena manera en ese río que ahora se está fundiendo en el mar…

Ahora te das cuenta del valor de cada uno de los detalles de esa vida que ahora se apaga… de todas tus palabras, de todas tus acciones y de tus pensamientos; de tus decisiones, de la energía que empleaste en tus asuntos y del tiempo que le dedicaste a cada una de tus historias…de todo el sufrimiento que ha heredado el mundo y que sufriste tú mismo por tu falta de visión, por no escuchar la voz que te cantaba desde tu interior con una lírica simple y pura, cristalina como el rocío.

Con tu cuerpo ya disuelto en el vacío y siendo sólo emoción y mente que vibran en el espacio infinito… un profundo anhelo y deseo se manifiesta con fuerza.

Te dices a ti mismo: “Ojalá pudiera volver ahora a aquella noche, en la que me disponía a dar la bienvenida al nuevo año, con “toda la vida por delante” En aquel momento tenía la Puerta de la Felicidad justo delante de mis ojos, y mi ignorancia me impidió darme cuenta de lo abrumadoramente simple que era. Ojalá no me hubiera enfrascado en mil y un asuntos triviales que me envolvieron y que ahora se tornan tan vacíos como una nubecilla de vapor. Ojalá hubiera podido estar atento al proceso de crecimiento y desarrollo de mis hijos, sus sonrisas, sus llantos…como iba evolucionando su relación con el mundo segundo a segundo; ojalá hubiera sabido cómo escuchar y querer a mi pareja, mis padres, mis amigos; ojalá hubiera podido soltar y dejar en el camino, sin mirar atrás, todos los fardos pesados que tanto me anclaron, todos los condicionamientos, todos los temores, todos los resentimientos; dejarlos marchar amorosamente como quien deja partir un soplido de pompas de jabón en el cielo. Ojalá hubiera sabido ver  y realizar lo sagrado en cada gota de lluvia, en cada taza de té, en cada de brizna de hierba, en cada “tic tac” del viejo reloj de pared; tal y como rezaban todas aquellas enseñanzas espirituales a las que tuve el privilegio de acceder y de las cuales me vanaglorié arrogantemente, mientras me debatía cual cobaya de laboratorio dando vueltas por un laberinto de paredes de plomo que me construí yo mismo, y en el que me perdí yo mismo…Ya es demasiado tarde…ya no hay nada por hacer. Ojalá pudiera volver…”

El sufrimiento que experimentas y tu anhelo regresivo llegan a su ensordecedor punto álgido. Cuando ya parece que te vas a desintegrar en mil pedazos, en medio de tu torbellino mental y emocional, sientes que tus fuerzas ya no pueden seguir soportando tanta tensión, que ya no puedes seguir luchando, ya no puedes más… Y en ese momento… en ese momento… sencillamente… te rindes, abandonas, capitulas…y como si se tratara de un irónico conjuro… se hace el silencio, un silencio denso y viscoso… y te das cuenta de que aún queda algo más por hacer. Si, aún puedes soltar el fardo pesado de tu remordimiento, de tu anhelo de cambiar el pasado, de tu deseo de rectificar las cosas, y aceptarte a ti mismo y al mundo tal cual es, tal cual ha sido, y tal cual será, en un amoroso abrazo que envuelva todas las contradicciones, porque sea como sea, en este momento y tras el abandono de tu lucha “final” sientes que todo se ha vuelto bien así Tal Cual Es, y una oleada de gratitud baña todo tu ser, por cada instante de tu vida, por cada momento compartido, por cada brisa y por cada amanecer experimentado, aunque hubiera sido desde la semiinconsciencia.

Y así es como tu último vestigio de individualidad se desintegra cálida y dulcemente en la noche de los tiempos como un haz de fuegos artificiales que se esparcen por el mundo y se desvanecen en la noche. La luz desplegada por dicho destello ilumina a todos los seres, ante los que habías estado ciego y de los que habías estado aislado hasta ese momento. Puedes observar su sufrimiento, puedes observarlos como hormigas ciegas que siguen sus propios patrones automáticos e inconscientes repitiendo una y otra vez idénticos sufrimientos, las mismas situaciones vida tras vida, eón tras eón. Puedes observar también el brillo y la luz que los baña, y lo desdichados que son por no darse cuenta. Puedes verles edificar una y otra vez laberintos de mil formas, con la inocente esperanza de encontrar en el fondo de ellos la luz y el tesoro de los que ya son partícipes y portadores sin saberlo Puedes verlos dando vueltas y más vueltas por la mareante rueda del samsara.

Es aquí que, alimentado por el sol de esta poderosa compasión, y regado por las lágrimas del mundo, se manifiesta y brota la semilla de tu voto de Boddhisattva, el mismo voto que todos los dharmas del gran Dharma  tienen inscrito e incustrado en su seno; y sientes el poderoso latido del Cosmos y el impulso irrefrenable de abandonar tu ligereza y tu beatitud actuales para mostrarle al todos los seres la luz que de la que están hechos.

Emocionado por tan conmovedor pasaje, el Boddhisatva Kanzeon se aparece ante ti, y te abraza amorosamente con sus 33 brazos. Una carcajada de dimensiones cósmicas puede escucharse retumbando por toda la Eternidad al mismo tiempo que te fundes con  en un destello que disuelve toda noción de Existencia pasada, presente o futura.

Silencio.

Ahora abre los ojos y date cuenta. Mira. ¿Qué ves? ¡Se ha obrado el Milagro! Estás tranquilamente sentado en tu hogar preparándote para recibir al nuevo año 2017.

Tu anhelo profundo se ha dibujado a sí mismo en el lienzo de la Vida…

Toma consciencia de que tu deseo profundo se ha cumplido, de que tienes una “nueva oportunidad” Has vuelto a comienzos del 2017 y vuelves a tener “toda la vida por delante” Ahora que te has vuelto a despertar en este lugar y en este tiempo, sientes el poder de tejer con tu propia aguja el diamantino telar de tu existencia, sin la menor aspiración a la redención.

Has vuelto al Presente, porque nunca has dejado de estar en Él, nunca lo has abandonado porque no hay nada fuera de Él. Tienes toda la Vida por Delante, porque el Presente Eterno está más allá del tiempo y no sigue sus reglas.

Sientes que has vuelto a nacer, que todo tu ser “anterior” a este instante ha muerto, que has dejado de arrastrar todos tus lastres: te sientes completamente curado, porque no hay nada anterior a este instante en el que acabas de brotar a la vida.

Al ser un recién nacido en el mundo, sientes en este momento el significado profundo de frases como “Te perdono”, porque sabes que al acabar de nacer no hay nada que perdonar; o “Ama al prójimo como a ti mismo” porque realizas el hecho de que no hay prójimo distinto de Uno Mismo; o “Pon la otra mejilla”, porque has derrumbado todas las barreras y te muestras vulnerable al mundo dispuesto a sentirlo en todo su esplendor  y contundencia sea lo que sea lo que venga.

¿Y sabes un secreto? Este milagro está ocurriendo, instante tras instante. En cada momento estás renaciendo a la vida, emergiendo de la Fuente misma de Vida, y reabsorbiéndote en Ella; limpio, puro, curado, y libre, de manera que sea cuando sea… siempre tienes “Toda la Vida por Delante”, toda la Eternidad Ante tus ojos, todo el Tiempo en tus manos. Ahora puedes ser pintor, músico, o poeta de tu propia vida, navegando con brío por un mundo hecho del material de los sueños, de reflejos en el vacío.

Escucha….
Suenan doce campanadas….
¿Acaso no es milagroso?

Muhaken

2 comentarios:

Máximo Ribas dijo...

Es el recordatorio de que deberíamos estar saboreando el presente, cada segundo, cada detalle, como si fuera único. Porque cada instante que dejamos pasar con indiferencia es irrepetible, no volverá.

Anónimo dijo...

Maravilloso. Gracias por tan rico recordatorio, querido amigo.